Es dificil sustraerse a la presencia de Virginia Woolf paseando por la plaza de Tavistock en Londres.
Y es que a veces no sabes porque un sitio te atrae de la forma en que lo hace, pero de algún modo, si te paras y te haces consciente de lo que sientes, seguramente encuentras que el lugar contiene el alma de alguien que estuvo allí. Como si el alma de las personas dejase pedazos de memoria esparcidos. En Tavistock Square parece que Virginia Woolf hubiese decidido poseer eternamente “Una habitación propia”
Volviendo a la plaza, lo primero que encuentras ocupando la parte central del jardín es una imponente estatua del Mahatma M.K. Gandhi, y a su espalda, tímidamente, el pequeño y desafiante busto de la Señora Woolf reclamando su dominio, una plaza donde entre otros vivió Vladimir Lenin durante su estancia en Londres y algo antes el escritor Charles Dickens.
Ayer paseaba por esta plaza con mi querida Isa y con Merce una buena amiga catalana charlando animadamente sobre la vida, la diversidad, la igualdad y la lucha feminista, mientras tratábamos de ver aquel pequeño busto de alguien tan enorme, que como todo en el Feminismo, trata de hacer pequeño el patriarcado. Fue esa charla y tan buena compañía visible e invisible la que me animó a elaborar unas breves lineas desde este preciso punto geográfico.
Hace unos meses escribí “Desde la habitación que comparto con Ms Woolf en Londres” y ya me estoy convenciendo que Ms Woolf se va a convertir en mi compañera inseparable en esta ciudad.
Virginia Woolf sólo ocupó aquella casa en la planta tercera del número 52 de Tavistock Square, WC1 no lejos de mi despacho, del 15 de Marzo de 1924 hasta Agosto de 1939.
Obviamente, como parte de algún macabro guión, su casa fué destruida durante los bombardeos de Londres en Agosto de 1940. Ella ya no vivía allí, y en su lugar, como para evitar que nadie mas tuviese “Una habitación propia” se construyó el Hotel Tavistock en 1951.
La conexión española ocurre cuando durante el invierno de 1936 Ms Woolf recibió un sobre con varias fotografías mostrando las sangrientas consecuencias del golpe de estado que hacia unos meses había perpetrado el tristemente celebre General Franco. Aparentemente había sido enviado por el gobierno republicano y aunque no tenemos acceso a las fotografías, comentó que en su mayoría se trataba de cadáveres y edificios devastados. En Julio de 1937, también en Tavistock Square, se enteró que su sobrino de veintinueve años de edad, Julian Bell que se había alistado como conductor de ambulancia voluntario para apoyar al gobierno republicano, había sido asesinado. Una pérdida personal devastadora que describe en su diario como un mazazo que la deja compungida e impresionada de forma que difícilmente se borraría estas crueles escenas de la guerra en España de su cabeza (D5 104).
En 1938, en su ensayo “Three Guineas” conecta con gran intensidad la importancia de luchar contra el fascismo en España y la necesidad de desmontar el sistema patriarcal en Inglaterra, también en esta plaza.
Pero fue en 1940, cuando Woolf sufrió la guerra de forma mas visible, en la casa que hacía sólo un año había dejado en Tavistock Square. Al visitarla en ruinas tras ser alcanzada por una bomba alemana, dijo en su diario con evidente dolor y desolación que sólo veía un montón de ruinas donde había escrito tantos libros (331).
Ahora pienso en Virginia de otra forma, y su memoria es parte también de mi memoria, de nuestra memoria, la de España. Tengo la sensación que es compañera y amiga ya y cuando mire los escritos que siguieron a aquellas experiencias de 1936-37 y que tanto la marcaron, pensaré en ella como alguien muy cercana.
Con su busto chiquito, Virginia está muy viva y ocupa completamente la plaza, como está viva y ocupa todos los espacios la memoria de su pensamiento, grande, muy grande.
“Cuanto podía ofreceros era una opinión sobre un punto sin demasiada importancia: que una mujer debe tener dinero y una habitación propia para poder escribir novelas; (…) las mujeres y las novelas siguen siendo, en lo que a mí respecta, problemas sin resolver.”- De “Una habitación propia”- Virginia Woolf